Llevamos siglos y siglos repitiendo palabras y cánticos.
Ese grupo de personas que en un lugar secuestrado por el eco hacen repetir la palabra "amen"
Y recuerdo cuando era pequeña, no digas amen, no lo digas.
¿Por que? No lo recuerdo.
¿Por que la dicen ellos? Ni lo sabrán.
Repetimos las sentencias que una mente creo tiempo atrás.
Y rezan y adoran.
Pero nadie recuerda al primero que las hizo nombrar.

Debes de ser el príncipe de los solitarios. 
Que sobre los cadáveres sueles pasear envuelto en trajes de negro carbón.
Razonando en voz de barítono las respuestas a tus propias preguntas.
Oh, dulce príncipe.
Que solo te encuentras. Que poco desvelas.
¿Tienes un corazón que sanar?
¿Buscas en los muertos uno que robar?
Te mantienes firme entre los latidos de alrededor.
Y buscas y buscas en la observación de esos ojos azules.
Prefieres mantenerte en el silencio y ver el aliento bailar.
¿Que buscas en los que fríos se encuentran?
¿Alguno que salvar?
Todos dicen "para siempre" como si ellos mismos viviesen ese tiempo.
Para siempre está más allá de la vida.
Porque la vida, debes estar seguro, no es para siempre.
Los monstruos tambien tienen pesadillas
"Nunca he llegado a irme. Siempre he estado vigilándote, pero no he podido protegerte.
Ya no soy el hermano mayor, Demise. Me he quedado atrás y has llegado a superarme en edad."

Demise

Fotografía: Veiled in a dream
Nunca llegaron a producirse los viajes en el tiempo que me prometí.
Es patético que mis mentiras sean creídas por mi.
Que ignorante es la pura ignorancia.
Y que ignorante es la pura ilusión.
Que a pesar de recordarme los cuentos a base de marcas en mi piel.
Siempre consigo subirme las mangas.

Fotografía: Voyage
Era la primera vez que alguien había pisado el suelo de mi piso, que no fuese yo.
La primera vez que alguien dejaba su abrigo sobre una de las sillas sin usar del salón.
Pero sobre todo, la primera vez que un hombre estaba tumbado junto a mi, en mi cama.
Simplemente sobre las sábanas sin hacer, nunca hechas.
Con los zapatos cubriendo nuestros pies.
Con el sudor aún recorriendonos la piel, humedeciendo nuestras ropas.
Sé que su respiración seguía tan agitada como la mía.
Mirábamos el techo.
Cuando realmente noté que estaba a mi lado, en la misma habitación, huidos por enésima vez.
Empecé a reír. Carcajadas. Simplemente olvidaba respirar.
Encogí las piernas y notaba el dolor en mi vientre.
Hacía temblar el colchón al ritmo de mis costillas.
El eco de mi risa me hacía recordar que era yo.
Las lágrimas salían para caer por las sienes.
Las comisuras dolían y mi boca se mantenía abierta para conseguir todo el aire que me faltaba.
Hacía años, no recordaba reír.
Me gusta.
Miré a mi derecha y sus ojos azules enfocaban los míos.
Seguía riendo.
Él sonrió.
Todo era absurdo.
Nada tenía sentido.

Demise
Desde pequeños nos enseñan con todo el cariño de protección a ver la luz al final, que siempre hay algo a lo que aferrarse. Que jamás estaremos solos y siempre nos acompañarán en esa cueva oscura y húmeda donde los trolls habitan para comernos.
Que nos agarrarán de la mano fuerte y nosotros de la manga de su abrigo.
Que continuaremos su pasos con el eco resonante, haciendo temblar las estructuras de piedra.
Vemos juntos como los monstruos se esconden mostrando sólo el brillo de sus ojos en la oscuridad.
Después de todos esos cuentos tenemos que agacharnos y rozar nuestra espalda por las rocas. Aguantar las heridas y el escozor por haber crecido.
Buscas esa mano, esa manga. Pero estás solo.
Las paredes aprietan, los monstruos salen de los escondites y tapan la luz.
Pero ¿sabes qué?
La luz está detrás.
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Soy torpe, solitario, cobarde, tímido.
No escucho. Pero no porque no quiera. Nací sordo.
Al principio todos me compadecían y leía en sus labios la pena y alegría por no ser ellos o sus hijos lo que tenían mi suerte. Pero al paso del tiempo todos esos que a tu alrededor te posaban manos en los hombros se alejaban para dejar paso a la incapacidad.
Mis padres me mostraban con gestos que yo debía ser yo.
Pero no sé quien soy. Así que estoy perdido en un mundo silencioso.
Las variedades de sonidos son infinitas, eso supongo yo.
Una vez vi como todos miraban a una chica que tocaba la guitarra. Sus ojos a ella. 
No la conocían y allí escuchaban, sin alejarse.
Le pedí a mis padres una guitarra. 
La tuve.
Simplemente con los movimientos de dedos, canciones creadas, siguiendo las vibraciones imitadas conseguí que todo fluyese. 
Pero mi imagen era diferente.
Me encontraba sentado, moviendo mis manos, rozando cuerdas y sosteniendo un instrumento con el abrazo de la justicia en el más absoluto silencio. 
Pero sentía el movimiento de la música, las vibraciones en mi vientre. Mis lágrimas que se derramaban por las comisuras de la sonrisa.
Mis padres no necesitaron gestos, sonidos. El silencio lo decía todo.
Lo que para mi es la calma, para todos es la música.
Y supe quien era. 
No necesito manos en mis hombros. 
Sólo las mías caminando entre cuerdas.
Os doy mi silencio.

Fotografía: Guitarist and railraod

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