No escucho. Pero no porque no quiera. Nací sordo.
Al principio todos me compadecían y leía en sus labios la pena y alegría por no ser ellos o sus hijos lo que tenían mi suerte. Pero al paso del tiempo todos esos que a tu alrededor te posaban manos en los hombros se alejaban para dejar paso a la incapacidad.
Mis padres me mostraban con gestos que yo debía ser yo.
Pero no sé quien soy. Así que estoy perdido en un mundo silencioso.
Las variedades de sonidos son infinitas, eso supongo yo.
Una vez vi como todos miraban a una chica que tocaba la guitarra. Sus ojos a ella.
No la conocían y allí escuchaban, sin alejarse.
Le pedí a mis padres una guitarra.
La tuve.
Simplemente con los movimientos de dedos, canciones creadas, siguiendo las vibraciones imitadas conseguí que todo fluyese.
Pero mi imagen era diferente.
Me encontraba sentado, moviendo mis manos, rozando cuerdas y sosteniendo un instrumento con el abrazo de la justicia en el más absoluto silencio.
Pero sentía el movimiento de la música, las vibraciones en mi vientre. Mis lágrimas que se derramaban por las comisuras de la sonrisa.
Mis padres no necesitaron gestos, sonidos. El silencio lo decía todo.
Lo que para mi es la calma, para todos es la música.
Y supe quien era.
No necesito manos en mis hombros.
Sólo las mías caminando entre cuerdas.
Os doy mi silencio.
Fotografía: Guitarist and railraod

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