Desde pequeños nos enseñan con todo el cariño de protección a ver la luz al final, que siempre hay algo a lo que aferrarse. Que jamás estaremos solos y siempre nos acompañarán en esa cueva oscura y húmeda donde los trolls habitan para comernos.
Que nos agarrarán de la mano fuerte y nosotros de la manga de su abrigo.
Que continuaremos su pasos con el eco resonante, haciendo temblar las estructuras de piedra.
Vemos juntos como los monstruos se esconden mostrando sólo el brillo de sus ojos en la oscuridad.
Después de todos esos cuentos tenemos que agacharnos y rozar nuestra espalda por las rocas. Aguantar las heridas y el escozor por haber crecido.
Buscas esa mano, esa manga. Pero estás solo.
Las paredes aprietan, los monstruos salen de los escondites y tapan la luz.
Pero ¿sabes qué?
La luz está detrás.
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