Tuve un sueño.
En el que podía despertar tocando las nubes, espesas y húmedas.
Pero el cielo no se presentaba ante mis ojos, y el suelo no lo formaban las losas de mi habitación.
Era el fuego morado. Llamas frías que teñían las paredes de luz espectral.
Temía abandonar mi cama. Pero salté cuando me vi sobre el abdomen peludo de una araña.
Caminé de espaldas chocando contra rosas de porcelana ardiente, y mi espalda se llenó de cicatrices negras.
Llevé mis manos a mi largo cabello, que por fantasías se movía como si una brisa constante me abrazara.
Intenté gritar. O correr. O salir.
Pero estaba envuelta entre nubes. Fuego. Rosas. Arañas.
Y algo me abrazó por detrás. Y mi respiración se fue.
Eran manos negras escamosas.
Pero suaves al tacto.
Fotografía: Catch
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